Un lugar feliz
Sentada y con el mentón apoyado en sus rodillas, Ariadne mira las luces de la ciudad en el ocaso del día. Los ojos acuosos, el semblante perdido, su cabeza muy lejos de la terraza del edificio en los límites del centro urbano.
La mente va lejos cuando en las cercanías no parece haber nada de interés, cuando la rutina se recuesta pesadamente sobre nosotros. La sensación de repetición sin aparente sentido y la dificultad para encontrar algo diferente esconde incómodas preguntas sobre qué estamos haciendo y para qué. Estos tiempos de monotonía ponen a prueba el carácter. Atención, perseverancia, temple y otras cualidades son las herramientas para atravesar y salir de estas fosas. El objetivo inmediato es atravesar la jornada y de allí un día a la vez. Una larga marcha desglosada en pequeñísimos tramos para que los más criteriosos de nosotros encuentren el camino.
Este recorrido en ocasiones resulta más accidentado para quienes nos deslizamos al pasado, los evocadores. Mirar hacia atrás buscando respuestas en experiencias pasadas y, más importante, destellos de luz y júbilo. Una locación especial, un momento inolvidable, una alegría inesperada o esa compañía hilarante vienen a la mente para iluminar un entorno gris. Son una barrera a una cotidianeidad que minuto a minuto nos asedia, transformándonos en algo que quizás no nos guste. Este presente no puede moldearnos indiscriminadamente porque hubo otra época en que fuimos mejores, fuimos más o simplemente fuimos otra cosa… y podemos regresar a eso que añoramos.
Naturalmente esto tiene una trampa para quien se desplaza completamente hacia atrás. Un evocador siempre corre el riesgo de vivir obstinadamente en el pasado, en lugar de llevarlo responsablemente consigo. Ése es mi único temor hacia mi amiga en la terraza. Ariadne tejió hábilmente su historia con su actualidad, y bien puede hilvanarlas hacia su proyección. Sabe de señales, sus corazonadas son confiables, recicla su saber y sus prejuicios a menudo son justificados. No obstante, desarrolló una preocupante tendencia a sublimar lo que era por sobre lo que está. Los lazos que unen pasado, presente y futuro colocan al primero muy por encima de los otros dos, obstruyendo su visión del aquí y el ahora. Hoy sólo hay pruebas y mañana quizás más desafíos, déjenme refugiarme en el ayer, dice ella.
Todo esto resulta confuso para aquellos que viven en el presente constante o el futuro eterno. Los primeros están demasiado ocupados en los problemas del día a día, los temas de actualidad diaria, el segundo a segundo. Prácticos y efectivos, enfrentan quejosa pero obstinadamente los quilombos que les trae cada giro de las agujas del reloj. La reflexión y evocación no encuentran lugar en este ambiente, sólo avanzar, adquirir y disfrutar. No esgrimo esto como crítica, sino que incluso sostengo que ellos llevan una buena vida. Consiguen lo que tienen delante y tienen tiempo de apreciar el escenario.
Los segundos, acechadores del porvenir, son el parangón de estos tiempos. Prácticos para el hoy y estrategas para el mañana, combinan la efectividad con el método. Se sirven de la reflexión, pero como pasarela hacia adelante. Utilitarios, ambiciosos, admirables, son incapaces de compartir este mundo con nosotros. No están acá porque necesitan ir hacia allá. La actualidad se les hace incómoda, la relajación es un veneno que lentamente acaba con su proyección y el disfrute es un pequeño permitido, cuasi un canapé, en una seguidilla de semanas y meses abocados a buscar algo que deben conseguir. Comparten el camino con los transeúntes del presente, pero sólo por tiempo limitado. Quien vive el hoy será un hábil táctico, pero aquel que camina al futuro es un estratega. Con frecuencia no puedo seguirles el paso a estos. Su avidez insaciable por aquello que siempre está más allá del alcance despierta mi simpatía, más no siempre mi curiosidad.
Yo me encuentro en la necesidad de acción presente acompañada del deseo de poder contemplar al pasado. Un evocador híbrido en palabras de Ariadne.
Para mí son indivisibles, en especial frente al evento más trascendental: el viaje. Una tarea que requiere planeamiento y nunca está libre de ciertos temores propio de enfrentar lo desconocido, pero que devuelve un sentimiento general de satisfacción y de orgullo personal. Cualquier momento del día me puede encontrar mentalmente en las cercanías Marienplatz en Múnich, contemplando Charles Bridge en Praga, empequeñecido frente al mausoleo de Sun Yat-sen en Nanjing, saludando a los emperadores de antaño en Roma, explorando la noche del Barrio Español en Napoles, en pausas por las boticas de Río de Janeiro, tomado de la mano por Wudaokou en Beijing, maravillado a cada paso por Kowloon, Causeway Bay o Aberdeen en Hong Kong y atrapado por la emoción en el Stare Miasto de Varsovia; allí encuentro mi mejor versión, mi más excelso Yo, aquel que recorre. Miro hacia atrás y me reconozco pleno, curioso… contento.
Volviendo a la problemática temporal, insisto en señalar también un enfoque utilitario en la evocación, porque mirando hacia atrás descubrimos en qué punto torcimos el rumbo. Pensando en el futuro, de ninguna manera hay que ser pretencioso y creer que todo puede ser conducido, dirigido o anticipado. Se puede tener un plan, no una bola de cristal. Si no podemos influir en todo, por lógica ese todo no puede acontecernos únicamente por habilidad o torpeza propia. No se trata pura y exclusivamente de uno y los astros mirando detenidamente cada paso que damos. A veces simplemente lo malo sucede y no hay enseñanza que extraer. A veces sólo somos nosotros y la nada… y es entonces que tenemos que poder volver allá. Retirarse a un último bastión inexpugnable. Un lugar que por mérito de la experiencia vivida nos pertenece y nada puede arrebatar. Un lugar feliz.